1. La mayoría de las personas, generalmente
confunden el amor con todo lo que afirma y halaga su ego. Nunca aman al otro
por sí mismo, intrínsecamente;
sino, por las gratificaciones,
provechos psicológicos y afectivos que del otro esperan; es decir, en realidad
aman a una cierta imagen que se forman del otro y de la cual se apropian.
Por eso se dice, que una persona que aún no
se ha liberado de su ego, es imposible que sienta el verdadero amor. Porque,
cuando dice “Te amo” en el fondo de sí misma está diciendo “ámame”. Y desde el
momento en que ese “ámame” se siente decepcionado o traicionado se transforma
en un ¡Aléjate!, ¡No quiero verte más!, ¡Te odio!, etc.
( … ) El verdadero amor consiste en dar sin esperar
nada a cambio.
2. En verdad, el Yo (ese ego) es un impedimento
para amar, porque considera a las personas amadas como algo nuestro. Amo a mi
esposa, a mi hijo, a mi familia, porque son algo mío, distinguiéndolos de los
que quedan más lejos. Al pensar así, estoy cosificando lo más cercano como
pertenencias a las que debo amar.
Generalmente, cuando se dice:“Te amo, te
quiero, te necesito, no puedo vivir sin ti” significan: me agarro a ti porque
llenas mi necesidad y mi deseo. Eso es egoísmo.
En realidad, debo expresar que el amor
verdadero existe por sí, aunque no haya nadie allí. El amor es nuestra esencia
y se manifiesta en una manera de ser, un estado del alma, y está en consonancia
con la capacidad de ver y existir, y en cuanto veamos y seamos nosotros mismos
libremente, no podremos ser otra cosa que amor.
(…) El verdadero amor va siempre unido a la
verdad y a la libertad.
3. Cuando el Presbítero recordó su infancia, me
relató esta historia:
Un día mi padre y mi madre se habían peleado.
Mi madre estaba tan enojada que no le dirigía palabra alguna a mi padre.
Al día siguiente, mi padre había olvidado por
completo la pelea, pero mi madre seguía ignorándole y sin dirigirle la palabra.
Y, por más esfuerzos que hacía mi padre, no conseguía sacar a mi madre de su
mutismo.
Entonces, mi padre se puso a rebuscar en los
armarios y cajones de la casa. Y, cuando llevaba así unos minutos, mi madre no
pudo contenerse y le gritó airadamente: “¿Se puede saber qué diablos estás
buscando?”.
“¡Gracias a Dios, ya lo encontré!” respondió
mi padre y seguidamente en forma amorosa y maliciosa sonrisa, terminó diciendo:
“¡Tu voz!”.
4. Una vez, cuando hubo una huelga de
transportistas y tuvimos que caminar por la carretera con dirección al pueblo,
el Presbítero me contó lo siguiente:
Un día un viajero caminaba por la carretera,
cuando junto a él pasó como un rayo un caballo montado por un hombre que tenía
el rostro rudo y la vestimenta cubierta de sangre.
Después de unos minutos, llegaron varios
jinetes y le preguntaron al viajero si había visto pasar a alguien con la
vestimenta ensangrentada.
“¿Quién es él?” preguntó el viajero.
“Un delincuente”, dijo uno de los jinetes
“¿Y lo persiguen para llevarlo a la
justicia?”
“No,….. lo perseguimos para enseñarle el
CAMINO”
( … ) Sólo la reconciliación salvará al mundo.
Pues, la mayor expresión del amor verdadero es la comprensión.
“Todo
lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos: ahí está toda la Ley y los Profetas”. (Mt. 7,
12)
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