1.
Día tras día el feligrés hacía
la misma pregunta. “¿Cómo puedo encontrar a Dios?”. Y día tras día recibía la
misma y misteriosa respuesta del Presbítero:
“A
través del deseo”.
“Pero
¿acaso no deseo yo a Dios con todo mi corazón? Entonces ¿Por qué no lo he
encontrado?, replicaba interrogándose el feligrés.
Un
día mientras se hallaba bañándose en el río en compañía de su feligrés, el
Presbítero le sumergió bajo el agua, sujetándole
por la nuca, y así le mantuvo un buen rato mientras el pobre
feligrés luchaba desesperadamente por soltarse.
Al
día siguiente fue el Presbítero quien inició la conversación: “¿Por qué ayer
luchabas tanto cuando te tenía yo sujeto bajo el agua?”.
“Por
qué quería respirar”, dijo el feligrés.
“EI
día que alcances la gracia de anhelar a Dios como ayer anhelabas el aire, ese
día le habrás encontrado”. Sentenció el Presbítero.
2.
Para que continúes con tu
reflexión, te cuento:
A
un predicador que no dejaba de repetir: “¡Tenemos que poner a Dios en nuestras
vidas!".
El
Presbítero le dijo:
“Ya está en ella. Lo que tenemos que hacer es reconocerlo".
3. No
olvides de reflexionar sobre esto:
¿Por
qué todo el mundo es feliz aquí, excepto yo?, preguntó el feligrés.
“Porque
han aprendido a ver la bondad y la belleza en todas partes”, respondió el
Presbítero.
“¿y
por qué no veo en todas partes la bondad y la belleza?”
"Por
qué no puedes ver fuera de ti lo que no ves en tu interior", sentenció el
Presbítero.
También
sobre esto:
A
una mujer que se quejaba de que las riquezas no habían conseguido hacerla
feliz, el presbítero le dijo:
“Hablas
como si el lujo y el confort fueran ingredientes de la felicidad, cuando de
hecho, lo único que necesitas para ser realmente feliz, es entusiasmarte por
algo cada día”.
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